Además, el cielo es siempre tan blanco, incluso en la noche cerrada, que dan ganas de atravesarlo todo el tiempo, de saltar muy alto y abrir un agujero similar al de la capa de ozono –que por lo visto viene cerrándose en los últimos meses- para ver si las bambalinas celestes siguen siendo de terciopelo argentado.
También puedo decirte que desde mi ventana se ven los árboles con las hojas más encendidas que jamás encontrarás en ninguna otra parte, de un rojo tan intenso que casi queman. Y ahora que ya han encendido la calefacción, me gustaría no tener que salir nunca de esta habitación y seguir asomada, tras un cristal por momentos más y más empañado, acurrucado polizón entre las cortinas, y dejar que todo pase como si yo ya no estuviera aquí.
La imagen, tomada la madrugada del sábado hacia el domingo, muestra el precioso amanecer sobre el río Loira que se contempla desde el centro de Orléans.