Hace ya más de un mes que Alfredo y yo estuvimos en Roma en un viaje exprés de ida y vuelta en el día, sin pretensiones de verlo todo, lo cual es imposible, como para cualquier capital o ciudad del mundo, imposible conocer cada rincón incluso viviendo en ella durante años; solo pretendíamos pasear por las calles del centro y empaparnos de la alegría y sobriedad de sus calles, descubrir el encanto de la ciudad eterna y ver, en lugar de la Puerta de Alcalá y la Cibeles, el Coliseo y la Fuente de Neptuno, por ejemplo. Lo que está claro es que volveremos con más tiempo a celebrar que todavía quedan sitios como este, en los que te puedes escapar del agobio de los exámenes, el trabajo y los malos rollos de la sociedad en general.
Y, aunque todo es maravilloso y Roma no desmerece los piropos que todo el mundo hace de ella, lo que más me gustó, no podría deciros por qué, pero descubrirlo medio escondido tras el Panteón, en una pequeña plaza que casi pasa inadvertida, fue un pequeño obelisco sostenido por un elefante de mármol. Aquí os dejo unas fotos:
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2 comentarios:
tenías que haberte pues el traje de noche en la fontana de trevi por la noche y gritar, Marcello, Marcello.¡Qué digo yo! Alfredo Alfredo. ;)
Un día, cuando nuestros viajes no se limiten a los puntos de referencia, tendremos que hacer uno a Roma... está prometido!
Besines, linda.
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